- ¡Es que el Felipe me pegó! - decía mientras sollozaba.
El hombre tomó a la niña, y la abrazó como un oso por un largo rato. Sólo quería proteger a este indefenso pajarito que adoraba tanto. Al parecer ella sintió esto y pronto su llanto cesó.
- ¡Pucha tata, es que él siempre me pega! Y cuando yo le pego, me dice que ni siquiera lo siente, y más rabia me da. - y empezó a llorar otra vez.
Se sentó en el sillón, y la puso en sus rodillas.
- Ya, pero no te pongas a llorar de nuevo. A ver... vamos a ver cómo están las presas para la cazuela.
A Camila le encantaba jugar a eso, pues siempre la hacía reír. Con sus grandes manos tomaba sus delgados bracitos...
- ¡Uuuy! que flacas están estas alitas, necesitaría como cinco de éstas para quedar satisfecho. ¿Y los tutos? - mientras golpeaba sus muslos suavemente - ¡Super flacos! Si pusiera un restaurant, todos me alegarían por darles tutos con tan poca carne. ¿Y la guatita? - aquí comenzaban las cosquillas, y los ataques de risa. Y así su pena pasó al olvido.
Camila adoraba a su tatita, y le encantaba visitarlo cada verano después del colegio, aunque tuviera que lidiar con su molestoso primo. En todo caso, eso dejó de importarle, ya que daba por sentado que su tatita estaría ahí para protegerla, y cuidarla, y regalonearla.
Aún me siento en las rodillas de mi tatita por largos ratos, y paso mis manos por su delgado pelo endurecido por el gel de su peinado. Aún siento que sus abrazos me protegen, sin embargo, esta vez no los busco para que me protejan, sino que, para recordarlos. Tengo que aprovecharlo al máximo, y tratar de grabar la mayor cantidad de recuerdos en mi mente para que no me hagan falta nunca. Estas muestras de cariño duran hasta cuando yo empiezo a jugar con su papada...
- ¡Ya empezaste ya! ¡Ya, chao no más! - mientras me paro riéndome y él me mira con sus ojos entre risueños y algo molestos...